lunes, 28 de marzo de 2011

TIEMPO DE PODA


El señor Tulo venía cada año a cortar los muñones de los árboles. Cargado con una hoz, caminaba erguido entre las cepas canturreando una copla de marineros. Lo seguía con la mirada a riesgo de que, al percibir mi atención, tuviera que escuchar sus quejas sobre la pereza que castigaba a los niños de ciudad. Me sentía impresionada por el tic-tac de sus tijeras. Ahora creo recordar esa dulce cantilena que me abstraía hasta quedar embobada. A su paso, los terrones de barro seco explotaban en partículas de polvo gris y sus agrietadas y descoloridas pantuflas se convertían en zarpas animales. Sin duda el señor Tulo tenía mucho de animal. Comía los racimos de uva masticando incluso las ramitas y se permitía eructar bramando al cielo. Nunca pude imaginarlo acariciando a un ser vivo. Las cigüeñas le huían y los perros agachaban el hocico sabedores de un posible ataque de ira.

Oía decir al abuelo que la maña en la poda del señor Tulo era exquisita, que mimaba cada rama con sumo tacto y que nadie como él hacía brotar con semejante fuerza a los nuevos pimpollos. A mis ojos, aquellas palabras carecían de toda lógica. Tulo era un hombre abrupto; seguro que los árboles, asustados de sus severos cortes, lloraban, sin querer, la nueva sabia renovadora.

(Imagen: Josef Sudek)


No hay comentarios:

Publicar un comentario