
La memoria y la vida se funden sin ningún algoritmo. A impulsos violentos o inmutables, seleccionan impunemente los episodios a recordar. Lo que olvidas parece que nunca lo viviste. Poco importa cómo abriste la carta esta mañana o tomaste tu café porque no lo vas a recordar. De ser una persona sofisticada aceptaría las virtudes de no almacenar momentos intrascendentes, rutinarios y reservar archivos para instantes delicados: un primer beso, el olor de su pelo, tus últimos gritos.
Mi hermano no recuerda cómo fue la primera que hizo el amor, a qué olía su coche tras una noche con los amigos, cómo era el tacto de su piel desnuda, cómo dolía un arañazo. Ha olvidado cómo era un orgasmo, a qué olía su semen. Ha olvidado a Velázquez, a Murillo, a Miguel Ángel. Y aún habrá quién se pregunte porqué me odia.
(Imagen: Lawrence Weiner)
Mi hermano no recuerda cómo fue la primera que hizo el amor, a qué olía su coche tras una noche con los amigos, cómo era el tacto de su piel desnuda, cómo dolía un arañazo. Ha olvidado cómo era un orgasmo, a qué olía su semen. Ha olvidado a Velázquez, a Murillo, a Miguel Ángel. Y aún habrá quién se pregunte porqué me odia.
(Imagen: Lawrence Weiner)
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