lunes, 12 de abril de 2010

DE LA CAUSALIDAD


Unos pocos días antes del accidente de mi hermano, tomó su coche y condujo para hacer algunas compras. De prestado -pues el poco dinero que apenas llenaba su monedero lo había recibido adeudado- llegó al pueblo. En la calle donde había crecido, aparcó. Subió a ver a sus padres. Tras unos momentos de paternal cortesía, tomó de nuevo su coche. Lo arrancó. Con qué mortal tiento que al retroceder unos metros, atropelló a un chico minusválido montado sobre su silla de ruedas.

Los nervios en el estómago por el mal causado se sumaban a la visión de una persona impedida, temblando convulsamente. Imaginen el miedo. Ahora añádanle la inestabilidad que podría surgir de la carencia de un seguro vial. No hubo que temer a consecuencias mayores porque mi hermano, en el último acto de honestidad, cedió los derechos de su coche. ¡Ay de la gente que se declara justa y se esconde ante el miedo al ridículo! ¡Ay de la gente que mueve montañas lejanas y rechaza los granos de arena que se depositan entre sus dedos!

(Imagen: Alex Webb)

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