miércoles, 17 de febrero de 2010

EL ÁNGEL HERIDO (II)


¿Cuánto sufrimiento, desesperación, rabia y ansiedad estás dispuesto a soportar? Si cierro los ojos, en el esfuerzo de recordar la secuencia de mis días, siempre evoco un recuerdo amable: soy agradable, tengo buenas actitudes, hago amigos con facilidad. Mi testimonio se frena con un sentimiento católico que desde joven he inhalado en mi región. En mi familia hemos aprendido que la balanza de la vida la llenan los dones a un lado y la compensan sufrimientos a otro. Ahora soy una persona más desafectada aunque el trigo del arrepentimiento y compasión que mamé en mis primeros años no se digiere y defeca jamás. Se queda pegado a mis células, forma parte de mi ADN.

Hoy los médicos nos comunican que para suministrarle medicación a mi hermano sin su consentimiento es necesario pedir una orden judicial que le incapacite. Se siente agobiado; no toma sus pastillas porque está convencido que son las causantes de su permanente estado de coma despierto en el Hospital: "hermana, esa pastilla es la que me tiene encerrado; ya verás, si dejo de tomarla volverá mi vida, regresarán mis padres y tú seguirás siendo mi hermana porque ahora no eres nadie." Pensan mucho estas palabras en su boca dulce y entrecortada. Su voz gorgotea asfixiada palabras de difícil entonación: pas-ti-llas, hos-pi-tal.

Ninguna objeción se dibuja en mi imaginación; la suya rebasa mis secas ilusiones, perdidas como nubes cabizbajas en una fría mañana de enero. Triste debe parecer mi sonrisa mientras me mira receloso y engulle, postrado en la cama. Sus piernas torcidas, sus manos torpes, ¡ay, eres tan bello!


(Larry Clark, Tulsa)

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