lunes, 10 de enero de 2011

OXIDADO PARÍS


Con la polución de los años y las prisas de esta ciudad, hemos olvidado cómo explotó nuestro deseo aquel verano en París. Tú planeabas vuestra boda entre rizos de merengue, invitaciones al convite y moralinas prematrimoniales. Yo había desaparecido de tu vida hacía ya algunos meses. Para entonces, las cartas y mensajes diarios hablando de lo profano y lo sentimental se paralizaron bruscamente, quedando nada más que algunas notas de reproche en noches de recuerdos noctámbulos: "no sé qué fui para ti. P.D. Te echo súbitamente de menos."


***


Tiene gracia porque con poca frecuencia la suerte se apiada de los que se dan por perdidos. Llegados a este punto, entiendo que al azar debimos parecerle tan penosos que solo pudo ser concupiscente con dos amantes que optan por convertirse en víctimas pusilánimes. Así fue como nos encontramos, a tan sólo una semana antes de tu compromiso, enredados en tormentosas y profundas caricias à l'eau de rose.


Concebimos un plan: nos comportaríamos como amantes furtivos desde el primer segundo. Habíamos hablado demasiado, sabíamos muchas cosas el uno del otro pero apenas nos conocíamos. Ignoro qué te preocupaba exactamente. En mi caso, sentía absoluto pudor porque me vieses desnuda. Peor aún, no sabría cómo reaccionar cuando viera cómo tus ojos miraban mi cuerpo. Llegado el caso, había pensado responder como Gargantúa y sucumbir sin más a los apetitos trogloditas, estrangulando la timidez y convirtiéndola en descaro. De cómo nos amamos no me resulta fácil escribir. Simplemente los nuestros parecían los últimos besos humanos en un baldío París.

(Imagen: Henri Cartier-Bresson)



No hay comentarios:

Publicar un comentario