
El día que Nacho conoció a María, ambos vestían uniforme. Al sobrio pantalón negro de María se le alegró la mañana al ver la estampada camisa de Nacho. Ella puso un gesto desangelado cuando vió cómo tres tipos extrañamente extraños se habían colado en aquel fortín acordonado. Debió pensar que incluso en las altas esferas se introducen diminutas y traviesas pompas de jabón. En aquella torre dorada, María se sentía protegida e importante y actuaba ante Nacho con cierto sosiego, meciendo suavemente la melodía de las palabras. Nacho sólo pensaba en robar a María, despojarla de su uniforme y borrarle aquellas frases aprendidas.
María quería divertirse con Nacho pero no le cogía las llamadas que prometió hacer e hizo. Deseaba provocar su ira, su cólera, su marasmo. Desesperar al artista hasta el punto que él pensara en María como una persona retorcida e invisible. Pero con lo que no contó esta simple mujer fue con el malestar real de Nacho. El pintor que vivía en las nubes quería una relación local y radical con María. Nada de juegos. Fuera velos y humo.
(Imagen: Lee Friedlander)
María quería divertirse con Nacho pero no le cogía las llamadas que prometió hacer e hizo. Deseaba provocar su ira, su cólera, su marasmo. Desesperar al artista hasta el punto que él pensara en María como una persona retorcida e invisible. Pero con lo que no contó esta simple mujer fue con el malestar real de Nacho. El pintor que vivía en las nubes quería una relación local y radical con María. Nada de juegos. Fuera velos y humo.
(Imagen: Lee Friedlander)
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