
Fui una adolescente desafectada. De ésas, cuyo cuerpo deforme no lo perfuma el aroma del deseo. Inocentemente, bajo la sombra del vello en la sonrisa, soñaba con ser una lolita. Recuerdo cómo me embriagaba observar a otras chicas, más formadas, más voluptuosas, vestidas de forma sugerente. Pronto entendí mi gusto por lo bello. Era una vinculación estética, desapasionada. Presumo que, de algún modo, se fue gestando ahí la vocación por el arte. Y confieso sin prejuicios que éstos fueron los inicios; otros evocarán a las musas, a la entelequia o a la misantropía. Yo quería ser bella, tan bella como la más bella.
No podía ser de otra forma, el gusto vendría entonces del verbo gustar. Y justo era ése mi acicate, quería gustar. Estaba desarrollando mi personalidad con cierta parsimonia. Deseaba ser la más distinguida, elegante, seductora y persuasiva de todas las mujeres de aquel pueblo. Pero erraba una y otra vez en mi propósito porque, en el momento de la actuación, vacilante y tartamuda, veía aquel disfraz ridículo de niña verdina con un hermoso bigote.
(Imagen: John Gutmann)
No podía ser de otra forma, el gusto vendría entonces del verbo gustar. Y justo era ése mi acicate, quería gustar. Estaba desarrollando mi personalidad con cierta parsimonia. Deseaba ser la más distinguida, elegante, seductora y persuasiva de todas las mujeres de aquel pueblo. Pero erraba una y otra vez en mi propósito porque, en el momento de la actuación, vacilante y tartamuda, veía aquel disfraz ridículo de niña verdina con un hermoso bigote.
(Imagen: John Gutmann)
No hay comentarios:
Publicar un comentario