
Pongo en mi diario una fecha larga, larga, larga. Me quedo con los ojos fijos en ella, como si sintiera que detrás existe un jeroglífico. Ahora he decidido apartar la vista y mirar por la ventana. Pero en esta habitación no hay ventanas, sólo una lejana puerta de cristales sucios que no me molestaré en limpiar. Se cumplen once meses del accidente. Tantos días como llamadas, tantos días como pastillas para dormir. Me doy cuenta de la gravedad y del absurdo del problema. ¿Pero cómo le ha podido pasar a él? Once meses sin manos, once meses sin piernas, once meses sin sentir hambre, once meses sin respirar aire limpio.
Nos recomiendan que lo alejemos del Hospital, hay algo de razón en esa debilidad profunda que genera la neurastenia. Posiblemente un entorno menos hostil, rodeado de sus amigos, de su familia, con reformas para estrenar y comida casera le ayuden a recuperarse de la melancolía. Pero posiblemente, tengamos que enfrentarnos a su rechazo diario, a sus miedos al ser observado como un ser deforme de voz chillona, que usa un aparotoso aparato para caminar. Un hombre que ha perdido su vida y al que le han dado a cambio una vida harapienta, que no puede ni alimentarse solo, que no puede escribir, ni esculpir. Pensamos darle felicidad a través de la amistad, del cariño, del amor pero ¿de qué le sirven si no puede abrazarme, si no sabe cómo me llamo, si teme no controlar la saliva que vierte por su boca, si no hace otra cosa que recordar quién fue?
Nos recomiendan que lo alejemos del Hospital, hay algo de razón en esa debilidad profunda que genera la neurastenia. Posiblemente un entorno menos hostil, rodeado de sus amigos, de su familia, con reformas para estrenar y comida casera le ayuden a recuperarse de la melancolía. Pero posiblemente, tengamos que enfrentarnos a su rechazo diario, a sus miedos al ser observado como un ser deforme de voz chillona, que usa un aparotoso aparato para caminar. Un hombre que ha perdido su vida y al que le han dado a cambio una vida harapienta, que no puede ni alimentarse solo, que no puede escribir, ni esculpir. Pensamos darle felicidad a través de la amistad, del cariño, del amor pero ¿de qué le sirven si no puede abrazarme, si no sabe cómo me llamo, si teme no controlar la saliva que vierte por su boca, si no hace otra cosa que recordar quién fue?
(Imagen: Ansel Adams)
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