lunes, 10 de mayo de 2010

LA ESTRATEGIA DE LA ABEJA MADRE (I)


Recuerdo que esa noche vestías de blanco.
Te mezclabas entre la gente sin lograr escapar a mi ojo.
Otros me aburrían con historias tan vacías que he conseguido olvidar.
Probablemente, oía sólo ecos y balbuceos de aquellas conversaciones.
Mi intención era cautivar tu mirada.
Tú no parecías someterte a mi juego.
En un momento de la noche, decidí aletear fuera de mi estrecho grupo.
Puse cualquier excusa y emprendí tu búsqueda.
Los nervios en el estómago oprimían mi vejiga.
Podía palpar mi excitación.
Olfateaba tu presencia pero el ruido y el humo me distraían en la concentración.
Al fondo de la barra vi como una mano se alzaba para saludarme.
Definitivamente ésta no iba a ser la noche señalada.
Con desconsuelo caminé silenciosa arrastrando mis pasos.
Te ví; estabas tan cerca que podía intuir tu vaho.
Seguí fiel mi ruta; en el fondo no habría sido capaz de ir en tu encuentro.

***

Pasaron unos instantes demasiado longevos.
Es cierto que reía entre dientes para ocultar mi fijación.
¿Quién sabe que estarías imaginando?
Anidaba una malvada idea: tu riptus sería idéntico en una reunión de negocios que en mitad de un orgasmo.
Habría pagado por irritarte con semejante provocación.
Aún absorta en este ingenioso engaño, sentí una ligera caricia que envolvía mi cintura.
Percibí tu mano tibia, sudorosa, nerviosa.
A tientas, nos hicimos diversas preguntas de rigor.
Ésas que a nadie importan pero que son como muletas o trampolines hacia otros sueños.

(Imagen: Richard Avedon)






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