
El hombre probo nunca contribuyó al erario, jamás pidió perdón, no pocas veces se despertaba hecho una fiera si interrumpías su sueño con un suave murmullo: papá, papá... Huyendo de su honra y dignidad, pues vio desinflarse su reducida caja fuerte, acudió a la llamada de la Guardia Civil. Esa madrugada tiñó de tintes negros los sueños de un hombre que temía no disponer siquiera del dinero suficiente para comprar un digno féretro a su único hijo varón.
No viví esa noche para contarlo en primera persona. Estaba lo suficientemente lejos para no ser desvelada, ni siquiera intuí que un drama estaba a punto de acontecer. Ahora me permito recrear la desesperación que vivieron:
Ring, ring. ¿Sí? Hablo con la Sra. A. Sí. Soy el Sargento de la Guardia Civil, su hijo ha tenido un accidente. No puede ser. Está grave. No puede ser. Se encuentra en el Hospital. No puede ser.
En medio de la oscura angustia, se visten a tientas. Toman su coche. Las piernas bailan atemorizadas por la incertidumbre de un certero desastre. Llegan al Hospital. Reciben la noticia. Su hijo ha sufrido un accidente brutal e impiedoso. No sabemos las causas, se encontraba en la piscina pública, desnudo junto a un amigo y dos chicas. No vivirá para contarnos más detalles.
(August Sander, Notary, 1924)
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