jueves, 11 de marzo de 2010

EL ÁNGEL HERIDO (V)


Hace dos noches, como viene siendo una costumbre, tomé mi teléfono y la llamé. Por sus gorgoteos intuí que lloraba en agonía, respiré hondo, pensé mi discurso vitalista y exhalé. La perversidad del subsconciente unida a las lejanas ondas de la telefonía móvil fingían un llanto, mas al contrario mi madre reía abiertamente. Hacía algunos días que a mi hermano le enseñaban a utilizar su nueva silla eléctrica. Bendito aparato, trono de su independencia. Correteaba por las habitaciones, con su sonrisa entrecortada y su miraba hundida con el mentón hacia el pecho, cobijo de su timidez.

Habló claro: "mamá vete, ya soy libre". Eso hizo. No sin antes sonreír como madre primeriza que observa la magia de ver a su pequeño entrelazar sus primeros pasos. Ningún paso ha sido tan importante para la historia de la humanidad como la invención de la rueda (no me olvido del fuego, simplemente lo omito por estropea mi discurso). Dios bendiga a las ruedas.

(Diane Arbus, Masking Women)

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