Revivir este recuerdo no me ayuda. Unos pensarán que podría servirme de consuelo comprender los oscuros momentos de esa noche para ahogar mis penas meses después. Cuando ocurre un desastre de grave calado, las primeras etapas son las más críticas. Los días de Hospital tienen luz de neón. Entrar en la UCI recuerda al proceso de desinfección de una gran matadero o una fábrica de detergentes tóxicos.
Vimos a mi hermano hinchado, sondado, depauperado, con la cabeza tendida hacia atrás sujeta a dos sangrientos pernos que le estiraba sus destrozadas vértebras. Vimos a un ser hermoso, taimado por la descompasada respiración artificial, bombardeado por vías, tubos y otras entrañas.
En esos días, junto a mi madre, cantábamos en su vitrina como dos chiquillas mientras aplicábamos vendas frías en su frente para calma la fiebre. A veces, volvía de su estado de inconsciencia y sus ojos esgrimían la dulce paz que produce el aliento materno. Otras veces, agobiado de la vida artificial lloraba amargas lágrimas. Nosotras, estoicas y valientes, reíamos y aplaudíamos su proeza con el afán de calmar la cólera del animal que lucha por la vida.
Vimos a mi hermano hinchado, sondado, depauperado, con la cabeza tendida hacia atrás sujeta a dos sangrientos pernos que le estiraba sus destrozadas vértebras. Vimos a un ser hermoso, taimado por la descompasada respiración artificial, bombardeado por vías, tubos y otras entrañas.
En esos días, junto a mi madre, cantábamos en su vitrina como dos chiquillas mientras aplicábamos vendas frías en su frente para calma la fiebre. A veces, volvía de su estado de inconsciencia y sus ojos esgrimían la dulce paz que produce el aliento materno. Otras veces, agobiado de la vida artificial lloraba amargas lágrimas. Nosotras, estoicas y valientes, reíamos y aplaudíamos su proeza con el afán de calmar la cólera del animal que lucha por la vida.
(Obra de Dan Flavin)
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