viernes, 28 de enero de 2011

SIESTAS DE ÁGATA Y MUSELINA


Me protegías con la cáscara de una nuez. Todos decían que era seca y arañaba mi piel pero tú te convenciste de que era posible vivir en aquella drupa diminuta. Tomábamos el té escondidos por los bolsillos en la falda de la montaña. Recuerdo que te servías todo el azúcar. ¡Qué desconsiderado eras con una pobre chica de pies zambos! Me gustaba limpiarte la punta de la nariz con el lazo de mi camisa. ¡Qué risa me da solo de pensarlo! De noche, oías pasos correteando por tus sienes. Entonces te preguntaba: "¿qué número de calzado usa tu perseguidor?" Me decías qué decía demasiadas tonterías.

***

Un día alquilaste un pequeño coche antiguo, de ésos que se exhiben en los museos. Te ceñiste una práctica escafandra pero no conseguía ver tus ojos. Después me enfadé con pose testaruda de actriz de cine mudo. Cálidamente, el aire soplaba entre las hojas de los árboles. Pisaste algún charco y el lodo salpicó mi vestido de organza.


(Imagen: Jacques Henry Lartigue)

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