
No puedo pensar cuando me duele cabeza. Últimamente, el dolor es continuo, incisivo y agravado por el peso del alcohol. Desde que se él marchó, salgo a diario y regreso a casa como una gata solitaria y mojada. Anoche me encontré a un hombre ciego que paseaba con su perro. Pensé que haciendo una buena acción, me acostaría satisfecha. Mientras lo acompañaba a su casa me sentía triunfante, no paraba de hablar y hablar contando una y otra mentira sobre mí, mi vida, mi trabajo, mis anhelos. Tras un tiempo de intenso monólogo, comprendí que el invidente me temía: claramente, su mano trepidaba en mi antebrazo. Sería efecto del bamboleo noctámbulo con el que lo guiaba, unido, tal vez, a la percepción de una voz aguardentosa y bronca que emitía constantes y evidentes mentiras. Mentiras para ciegos.
De regreso a la cama, tuve un sueño daliano, de ésos en los que escuchas grillos y chicharras y sonidos de tenedores punzantes. Después me ví paseando por un cementerio de bicicletas. Era ciertamente hermoso, repleto de manillares y radios radiantes.
(Imagen: Eugène Atget)
De regreso a la cama, tuve un sueño daliano, de ésos en los que escuchas grillos y chicharras y sonidos de tenedores punzantes. Después me ví paseando por un cementerio de bicicletas. Era ciertamente hermoso, repleto de manillares y radios radiantes.
(Imagen: Eugène Atget)
No hay comentarios:
Publicar un comentario