miércoles, 28 de abril de 2010

LA BREVEDAD DE LO BUENO


El peso del malestar confiere una dimensión drástica a tus días porque los inutilizan e incapacitan a toda actividad. El peso de la tristeza se posa en tus hombros como escamas cutáneas que el viento no desplaza. El momento de mayor espanto llega por la noche, cuando en la soledad de tus sábanas te aferras a ensueños dramáticos y la presión en tu pecho lucha con el sistema simpático para que no entres en estado de letargo. Si lo consigues, puede que de pronto una cruel imagen te mire fijamente y te susurre entre titubeos: "no tienes derecho a entrar en el jardín de los sueños; no pasarás el umbral de la vigilia".

Porque de día, los sueños parecen ridículos. Porque de noche, la realidad se difumina. Porque de día, la vida supera en dureza a los instantes de miedo nocturno. Porque de noche, las pesadillas te acobardan.

Los días más trágicos vividos con el accidente dormía profundamente, sin soñar, el cansancio físico imponía su ley. Mis padres han dormido durante un mes en unas butacas de Hospital. Estar cerca de su hijo era su único consuelo. Ella iba cada mañana a recitar sus oraciones en la puerta de la UCI. Olía, con su olfato materno, si el día se despertaba torcido. Cada grado que aumentaba la fiebre, lo sentía en su pecho.

***

Transcurridos dos meses del accidente, mis sueños eran farmacológicos.


(Imágenes: Belén Usdin)

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