lunes, 5 de enero de 2015

UN DESIERTO SIN ESPINAS (Tercera Parte)



La llamada a la acción nunca viene cuando uno la solicita. Le reclamaban aquel día después de una noche turbia enredado entre sábanas baratas y unas piernas sin nombre. Tenía la extraña sensación de ser él quien necesitaba una defensa y se veía tan frágil como la boca que había besado solo unas horas antes.

Tuvo que despertarla sin demasiado tacto, ella se encontraba profundamente perdida entre la resaca de amor y lujuria y la necesidad de seguir durmiendo junto a un hombre que, sin conocerla, la había abrazado por unas horas. Se incorporó y pensó en lo ridículo que parecía su minúsculo vestido de noche a esas alturas del día. Él ya tenía un aspecto lúcido y cotidiano; ella parecía una de esas mujeres que abandonan a hurtadillas el hotel de las estrellas del rock a altas horas de la madrugada.

Pensaba despedirse con un "hasta pronto", acostumbrada a otros modos de hombres sin escrúpulos que fingen llamar por teléfono o estar ocupados para desembarazarse cuando antes de la compañía nocturna. Él la acompañó hasta la puerta y le pidió que no se molestara por la premura del saludo. Era su primer caso importante en la ciudad y no podía demorarse. Dos frases estúpidas más, propias de un humor infantil, le sacaron una sonrisa final y primitiva. Salió pensando en él, en cómo podía un hombre de apariencia materialista ser así de cándido y casi entregado. Parecía uno de aquellos personajes de las películas grises que veía su abuelo y que jamás le habían interesado porque contaban historias que nunca pasan. El amor en estos tiempos de inmediatez no era más que un simulacro de sentimientos.

(Imagen: Lee Miller por Man Ray)



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