lunes, 14 de julio de 2014

CASILDA Y LOS ERIZOS




Para Xavi 

¡Quién sabe a qué oscuridad de amor puede llegar el [cariño!]
Clarice Lispector

Durante la primavera, en el Archipiélago de las Tortugas llovían puntiagudas estrellas. Aquella madrugada, la princesa Casilda dormía quietecita con sus cabellos enredados en la hiedra y su camisón de suave tul. Afuera, una cascada de niebla cubría los campos de amapolas y margaritas. Las flores eran rosas, violetas, amarillas, verdes y también azules y blancas. A los pies del valle, donde termina el jardín del castillo y empieza la colina gris, vivía un peludo ogro protegido por un ejército de fieros erizos.




La ardiente luz de un rayo iluminó la blanca cara de Casilda. ¡Pobre princesa que siempre dormía sola en su Torre de Marfil! Una sombra fría y espantosa subía a toda prisa por las oscuras escaleras de peldaños invisibles. El ruido de los pasos despertó a Casilda. Al girarse, encontró su cama cubierta por una alfombra de afiladas púas. Llena de ímpetu, la joven princesa golpeaba con sus pequeños pies descalzos a los pétreos erizos. Entonces comenzó a soplar: hinchando sus mejillas, lanzaba bocanadas de vapor mágico, capaz incluso de congelar a las piedras. Pero los erizos venían protegidos con fuertes paraguas de cristal. Luego, la niña intentó trepar por las ramas del cerezo milenario que defendía su habitación. Pero los erizos habían traído sus tijeras de oro y rubíes.

 De repente, como en una angustiosa pesadilla, la mano arrugada y fría del ogro agarró bien fuerte uno de los tibios brazos de la princesa. La niña gritaba asustada, mordiendo con toda su energía la afilada barbilla del ogro y golpeándole en el ombligo. “¡Deja de moverte, pequeño diablo de pelo de alambre y ojos de tigre!” Un segundo después, el ogro sacó una enorme lata de conservas, la abrió y ¡zas! metió muy apretadita a la dulce Casilda. Los gritos de la princesa se oyeron incluso en La Comarca de Betania, el lejano país donde reinaba el príncipe Arcadio, un noble caballero que tenía dos misteriosos poderes: sus grandes ojos azules podían ver en la oscuridad y sus labios rosas despedían pompas de jabón que lo ocultaban, haciéndolo transparente. Así, recorrió a toda prisa el camino que lo llevaba al valle, cruzando por la ladera de flores, navegando por aguas mágicas a lomos de un tritón y sobrevolando la cordillera en el pico de un vencejo.


Sin embargo, en la entrada al castillo del ogro se disponían impertérritos como fichas de ajedrez, los adiestrados erizos. Entonces, el príncipe formó un corazón con su boca y realizó una gran pompa de jabón. Se zambulló en ella y logró disuadir a casi todos los molestos erizos. Después, entró en aquel castillo de mugrientas paredes, telarañas en las ventanas y gárgolas sonrientes en el tejado. Mientras tanto, la princesa Casilda, sumergida en su lata de conservas, no podía ni siquiera gritar; se limitaba a imitar la cara de un pez para conseguir las últimas burbujas de aire que quedaban en su triste lata.

Casi se desmaya cuando vio aparecer al príncipe Arcadio, encerrado en su pompa mágica. ¡Una, dos y tres! Y con un salto en el aire, consiguió desarmar al temible ogro. ¡Una, dos y tres! Y con dos golpes certeros, logró derribar al peludo gigante. Dos segundos después, tomó a la princesa enlatada bajo su brazo y salió de la guarida del ogro recorriendo oscuros pasadizos, escalando por resbaladizos muros, saltando entre las copas de los árboles. Pero, ¡cuidado, príncipe de Betania, cuidado con esa nube! ¡Cataplás!, un tropel de puntiagudos erizos chocaron contra el héroe de ojos azules y boca de jabón, arrebatándole de sus brazos a la quebradiza Casilda. ¿Cómo piensas recuperar a tu enamorada, joven príncipe? A pocos metros del escondite donde tienen secuestrada a la princesa, se encuentra un túnel profundo, muy profundo. Bastaría construir una cometa con ramitas y la piel de un ratón para poder alcanzar la gruta. Así que el príncipe, montado en la cometa, comienza el ascenso. Sube, sube, sube y sube hasta dar con una pequeña trampilla.


Del otro lado se escuchan las voces gritonas de los erizos. El tiempo vuela, querido príncipe, apenas quedan unas gotas de oxígeno en la lata. Iluminado por sus brillantes ojos, consigue encontrar a Casilda, envuelta entre reflejos plateados. Arcadio le sonríe. Esta vez abrirá la caja que la contiene y dejará que la princesa recupere su forma natural. Abre el bote y un aroma a primavera emana discreto, mientras Casilda va abriendo sus brazos, blancos como las alas de nácar de una mariposa. Aquellos cabellos que parecían ortigas, ahora se descubren como haces de trigo maduro. Sus mejillas toman el tono del melocotón carnoso y los ojos, que antes distorsionaba el vacío, son transparentes como uvas. Arcadio toma a Casilda de la mano. Ahora deben sortear el último obstáculo: una legión de erizos que bloquean todas las salidas de la gruta. Pero el sol se apiada de ellos y convoca a las nubes de tormenta para que con sus caleidoscópicas gotas inunden el valle de encarnadas lágrimas. ¡Vaya una sorpresa! Los malvados erizos, como no quisieron aprender a nadar, huyen dejando libre el camino de vuelta.


En el Archipiélago de las Tortugas, durante los días de viento, aún se escuchan los ecos de los bostezos del ogro peludo y malvado, protegido por un ejército de erizos con flotador y chubasqueros. 

Cecilia Nari
Madrid, febrero de 2011.

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