lunes, 26 de marzo de 2012

EL DIARIO DE CECILIA NARI [EN ROMA] IV



Escribir con el alma debe ser algo absolutamente emocionante. Sería como dejar la marca dactilar de uno mismo. Se escribe por necesidad de definición. Con frecuencia, entro en un diálogo ficticio con los escritores que admiro, ellos se mantienen en mi pensamiento durante unos minutos, permanecen quedos e inmutables. Aún soy una escritora barroca, mejor aún: postrentina y me preocupa el decoro, las formas, la palabra perfecta, la sintaxis segura. Un formalismo fulminante y ubérrimo.
Querida Sontag:
Hay un peligroso sueño que me aterra:
Pasa en el Aula Magna de alguna Universidad del este.
[Yo estoy de pie.
Y tú, sentada y aburrida.]
Hablo de fotografía, de Benjamin.
Tienes sueño.
Bostezas.
Entonces me doy cuenta de que hablo sin decir nada.
Creo que he ido a parar a las zonas muertas del sentimiento.
Podríamos quedar en tu sepultura.
Entre el anaquel de ensayos y las recetas de vida.

***

El miedo íntimo del escritor es ser expulsado de la literatura. Que sus grafías parezcan arañazos, retorcidas líneas fatuas de contenido, que sus versos sean empalagosos como flores de merengue. El diario es un líquido revelador de la impotencia literaria. Habría que castrar a los escritores que tuvieran un diario sin tachaduras, un diario sin una sola falta de ortografía. Porque, a la postre, no son más que sílabas fotocopiadas de revistas.
(Imagen: Paolo Ventura)

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