lunes, 26 de marzo de 2012

El DIARIO DE CECILIA NARI [EN ROMA] II




A priori parece que el diario ofrece las versiones más exactas de uno mismo. Nos describe desde la órbita del ego, puesto que hablamos en primera persona:

“Querido diario: esta mañana me he despertado sola. He debido pasar la noche a oscuras porque no recuerdo con quién soñé. Pensaba que me había acompañado a casa, pero intuyo que mi deseo lo convirtió en fantasma y fue él, sin duda, quien me desnudó y dejó tiradas por el suelo todas las ropas que me cubrían en la fría noche romana.”

Obviada la presunción de inocencia, es cierto que pocos diarios desechan la posibilidad de burla y mentira. Somos lo que escribimos. En este sentido, es de sumo interés estas notas de misericordia del escritor hacia el protagonista del diario. Porque, aunque adquiera el papel de villano, aflorarán notas de heroicidad, mesura y admiración a uno mismo. Así, escribir un diario se convierte en un soliloquio ininterrumpido donde demostrar la maestría en la presteza de pensamiento. El verdadero diarista no expresa condescendencia consigo mismo, aunque a veces son inevitables las justificaciones. En palabras de Virginia Wolf: "El diario es tan privado y tan instintivo que incluso permite que otro yo se desgaje del yo que escribe, que se separe y observe al primero cuando escribe. El yo que escribe es un yo extraño; a veces nada le induce a escribir":

“Tenía un hondo apetito. Y ellos seguían comiendo, ajenos a mi hambre. Debía saciar la necesidad cuanto antes o juro que iba a desfallecer. De pronto vi cómo obsequiaban a los perros con jugosos trozos de carne roja. Esos estúpidos caniches no entendían nada de lo que era ganarse la vida”.

En otra época, un diario era un preciado tesoro que escondía secretos de señoritas. Verdades a medias contadas por miedo a la lectura paterna. Encerraban tanta fantasía como decoro. Hoy en día parece que las barreras de la privacidad se han derribado completamente. De adolescente hablaba horas con el espejo. Dejé de sentir miedo a la locura cuando descubrí a Alicia, entonces llamaba a estos monólogos “conversaciones en el fumoir”:

“Te tengo que contar algo muy importante para mí. He descubierto que ya empiezan a salirme canas. No me preocupa tanto, mamá las tenía antes de casarse con papá. No debe ser tan grave.”

En mi diario infantil, son estas anotaciones, las más núbiles, las que más me gusta leer y releer. Escribía casi todos los días con cierto rigor monacal. Las lazos en la letra de niña quedan bastante ñoños ante palabras como desagravio, infortunio, calavera o amanerado. La mayoría de las veces utilizadas en contextos infelices y carentes de ningún significado.

(Imagen: Gabriele Basilico)

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