

Cármides nació desnudo, sin apenas piel. Era un ser tan puro como inocente. Pronto, sus velados valores morales lo elucubraron a la cima del jardín, donde los filósofos parloteaban indeterminados planteamientos físicos, para los que Cármides siempre maduraba respuestas prudentes. Fue un adolescente probo. Ora narraba sus hazañas en versos yámbicos; ora danzaba despacio formando con su cuerpo el escuadrón de las falanges.
Magdalena nació peluda. Al acogerla la madre en su seno, tembló la tierra respondiendo al cruel lamento de la parturienta. Innoble criatura deportada a una cueva donde la nodriza Amaltea dejó cuajar sus ubres. Creció entre montes, puliendo la costra de su piel entre las rispas calizas del Cilene. Magdalena fue vendida a un tratante de esclavos. Con la sola herencia de su única madre, tapó sus senos. Eran pálidos, como la mañana en las colinas de la Arcadia. Enjaulada en el mercado, era alimentada con cáscaras de naranja por una vieja meretriz. La llamaban el Mirlo Blanco por la rareza de sus facciones y su indómita alma.
(Imágenes: George Platt Lynes y József Pézsci)
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