viernes, 7 de mayo de 2010

REFORMAS EN CASA (II)



La casa puede ser el espacio metafórico de la familia o puede convertirse en la colmena desde donde salen displicentes cada miembro del enjambre. Pero la casa puede transformarse en sede de desgracias, en templo donde ir a sepultar a tus más cercanos, donde llevar exvotos o acudir en peregrinación. La casa es lugar de recogidas, de salidas y de entradas.

Aún brotan en mi cabeza pensamientos encontrados. Puede ser que actúe como emisaria de una catástrofe, ¿es que nadie ve que su odio va en aumento? Parece ser que soy la única que teme el momento de volver a casa. "Cambiará...", nos dicen. "¡Ja!" -exgrimo-, es que aún no lo conocen... La repulsa acumulada crecerá sin medidas, a veces fingirá su repulsa por pura necesidad pero en el fondo urde un plan de escape.

Pobre... ése es mi último lamento. Si no es él quien habla. Ayer se cayó de la silla. Viví el momento retransmitido en directo mientras hablaba con una de las enfermas, amiga del Instituto. De pronto, como en las radios antiguas se cortó la emisora y me quedé asustada y sin respuestas. ¿Se habría hecho daño? ¿Se podría haber roto un hueso? De haber sido tal, estaríamos hablando de meses perdidos de rehabilitación. De mala fortuna.

No podía evitar mi preocupación, por ello: llamaba y llamaba y llamaba. Una de las veces, mi madre respondió bronca al teléfono: "Cecilia, deja de llamar. No puedo atender su curiosidad". Debieron de dolerme esas palabras porque desplacé mi preocupación al bando de las rabietas. "Esta mujer no cambiará. No controla sus palabras..."

Pasé varios minutos absorta en divagaciones hasta que, de nuevo, sonó el teléfono. Tenía que ser ella; sabía que sería ella. Sólo quería tranquilizarme; advertirme que nada había ocurrido. Al final no es perfecta pero es una mujer natural. Pongo en ella los cimientos para que construya un nuevo hogar y decore con sus cortinas verbales cada ventana de nuestra casa.

(Imágenes: Cildo Meireles)

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