
La reforma de la casa será uno de los grandes cambios a acometer en los próximos meses. Hasta que no se produzca una mejora real en su cuerpo y en su mente o bien, sepa regular con capacidad su minusvalía, mi hermano volverá a casa de nuestros padres. Nos ha avisado que no es su deseo tener que verlos a diario, que ni pensemos que él nos hará el honor de aceptar vivir con nosotros. Dice que se va a Francia.
Hay un punto de desenfoque en esto de adaptar la casa a las nuevas circunstancias. Siempre supimos que algún días mis padres envejecerían y habría que modificar sus lugares. Que quizás habrían tenido que disponer su habitación en la parte baja, poner una barandilla a la escalera y eliminar algún obstáculo. Pues bien, ahora se trata de un cambio radical: abrir puertas, tirar paredes, cortar escalones, afanar el jardín.
Me da miedo imaginarlo todo el día en casa. Antes del accidente, sus fines de semana era una fiesta permanente. Venía de trabajar el viernes en las primeras horas de la tarde, dejaba una bolsa de basura con ropa sucia dentro, besaba a mis padres y se marchaba con los amigos. Iba y venía sin rumbo fijo, con horarios dilatados por la diversión y el desenfreno. Volvía a su ciudad de trabajo el lunes, con la maleta impoluta y la moral de mi madre minada.
(Imagen: Rachel Khedoori)
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