sábado, 27 de septiembre de 2014

LA INTRUSA (Primera Parte)





Aquella noche apagó la luz sin demasiada prisa. Quería dejar que el cansancio hiciera su parte y que el efecto sedante de las pastillas nocturnas concluyeran el resto. Tenía la extraña sensación que por la mañana todo sería distinto, tan diferente como puede ser otro día con sus horas exactas y los minutos calcados. Su habitación olía a viernes con el ligero toque de las flores marchitas que había olvidado arrancar del jarrón.

Se sentía serena, tanto como para poder pensar con claridad, aparcar los miedos y concluir en falsete: "ánimo, tú eres fuerte". Había oído repetir esta frase casi tantas veces como su nombre. Con el tiempo se había convertido en una especie de definición de ella misma. Unas palabras de consuelo para otros que a ella le pesaban y ensuciaban como el alquitrán al asfalto.

Sin embargo, esa noche aquellas palabras le sirvieron de nana, las repetía sin abrir los labios, intentando entender porqué había fracasado e imaginando cómo actuarían los otros, las personas sensatas que tienen vidas sensatas. 

El último recuerdo le vino como una bocanada de viento que salía del interior de las sábanas. Podía incluso ver esa premonición de cambios que tanto la relajaba, mecida por los pesados recuerdos que se agolpaban en el lado vacío de la cama.


(Imagen: Herb Ritts)


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