lunes, 3 de enero de 2011

SIEMBRA DE SAL


La canina bombea flemática en sus horas más pesadas. Había comenzado un día soñoliento y las carpas del estanque bostezaban aliviando el oxígeno de sus branquias. Observo cómo te acercas hasta la orilla, inclinas tu tronco y lavas impaciente las manos, manchadas por el sudor de mis cabellos. He descubierto que temes a la hiel del desarraigo. Más allá, absorto de mis inquisiciones, te aplicas en las labores del huerto, colocando algunas trampas para los roedores.

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Cansado y nervioso, tu voraz ingenio se difumina en esta húmeda mañana de abril. Los meses del amor han comenzado, sacudiendo a las larvas hacia la metamorfosis definitiva. Somos seres incoherentes, pienso mientras me sacudo el polen de mi blusa. Ayer optamos por la indiferencia pero hoy madrugamos a la pasión, desesperados ante la danza como dos viejos artríticos.

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Mientras caminas erecto del brazo de tu acompañante, te invade la duda eterna. De apostar por mis caricias, acabarías como un ludópata en un casino de carretera jugando tus días a la ruleta. Si continúas tus pasos, abres un firme camino a la disentería emocional. Te marchitarás aburrido en el desván, oliendo el vaho de las palabras que me dedicabas.


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Los dedales del olvido cubrirán mis arrugadas manos y esperaré hilando las hebras secas que, en otros tiempos, cosieron las sábanas donde pacías, tan aliviado como advenido.

(Imagen: Inge Morath)



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