domingo, 13 de noviembre de 2011

AMANECE EN EL IGLÚ DE LA POESÍA




Luchaba con un manojo de flores mustias que llevaban varios días muriendo en el salón. Las apilaba con tal fuerza que sin querer sus manos se llenaron de savia. Yo lo miraba con aires revueltos, insinuando mi tristeza. Para él, aquellas flores amarillas de tallos verdes eran solo celulosa y por tanto, debían terminar en el contenedor de reciclado. Luego, intenté poner en pie mi argumento delirante; hubiera querido explicarle cómo dar sepultura a las margaritas: así, extendidas en un vaso vítreo con suficiente agua podrían flotar durante días. Él se negaba a recrear una ciénaga en casa. Yo pensaba en Ofelia, mientras le reprochaba su falta de amor a la sensibilidad y al misterio.

***

Esta mañana había algo especial en su mirada. Se levantó cansado, con ojeras. Apenas abrió los ojos, los llenó con las letras de decenas de libros que teníamos acumulados a la orilla de la cama. Enseguida se puso de pie. Miró cómo actuaba a parecer dormida y creo que lo reflejó con una sarcástica sonrisa pícara. "Siempre sabrás cuando miento", me lamentaba errática.

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Me untas de grasa tibia cada mañana para calmar el frío de este crudo otoño agrisado.

(Imagen: Man Ray/Lee Miller)

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