
La miel de las heridas embalsama el amor
(Marguerite Yourcenar)
***
Cuando conocí a la novia de mi hermano me pareció una chica guapa, sencilla, quizás un poco alocada; virtudes todas que se suponen a una persona aún núbil. Oía a mis padres hablar de ella como alguien carismático, con un toque de timidez y un marcado sentido de la elegancia. Siempre temí su desdicha debido al carácter juerguista de mi hermano y a sus arranques insospechados de ira -la templanza olvidó visitar nuestra casa-. Imaginaba que perdería el brillo en su mirada por arrastrar una vida libertina. Intuía que al cabo de unos meses, cuando la obnubilación por la belleza de mi hermano difuminara su efecto efervescente, buscaría otros genes más calmados. Porque es sabido que la molicie y la lascivia tienen fecha de caducidad.
La segunda vez que la vi, las circunstancias era otras. Era el primer día tras el accidente. Mi padre y yo fuimos en su busca apenas supimos de su presencia. Nuestros ojos cruzaron una mirada tan triste que nunca podré olvidar. Ambas estábamos desconcertadas, fuera de sí. Aquellos ojos brunos que, como hojas, marcan la pertenencia a esta tierra no se retenían en sus órbitas.
Pasaba días enteros sentada en un sucio pasillo de Hospital. Su demacrada belleza me perseguía como un fantasma. Por mi parte, me ahogaba en lamentos de tener que explicarle algunos detalles del todo escabrosos. No sabía cómo hacerle ver la gravedad del momento. Mi hermano iba a quedar fracturado e impedido pero ella era joven y bonita y su relación había sido tan fugaz que no entendía por qué se agarraba a un recuerdo. Dentro de mí sabía que la bondad de sus actos era como un manantial para mí y así, luchando entre el deseo de aferrarme a su apoyo y la incomprensión de su fuerza, contemplamos juntas cómo despertó mi hermano.
La segunda vez que la vi, las circunstancias era otras. Era el primer día tras el accidente. Mi padre y yo fuimos en su busca apenas supimos de su presencia. Nuestros ojos cruzaron una mirada tan triste que nunca podré olvidar. Ambas estábamos desconcertadas, fuera de sí. Aquellos ojos brunos que, como hojas, marcan la pertenencia a esta tierra no se retenían en sus órbitas.
Pasaba días enteros sentada en un sucio pasillo de Hospital. Su demacrada belleza me perseguía como un fantasma. Por mi parte, me ahogaba en lamentos de tener que explicarle algunos detalles del todo escabrosos. No sabía cómo hacerle ver la gravedad del momento. Mi hermano iba a quedar fracturado e impedido pero ella era joven y bonita y su relación había sido tan fugaz que no entendía por qué se agarraba a un recuerdo. Dentro de mí sabía que la bondad de sus actos era como un manantial para mí y así, luchando entre el deseo de aferrarme a su apoyo y la incomprensión de su fuerza, contemplamos juntas cómo despertó mi hermano.
(Imagen: Cecil Beaton)
No hay comentarios:
Publicar un comentario